<< He descubierto con horror el silencio de la muerte.
Una sirena agonizaba a la orilla del mar;
renunció a su alma inmortal por el amor de un joven,
y no quedaba de ella sino apenas una espuma blanca
sin recuerdo ni voz.
Me dije para reconfortarme: ¡Es un cuento!
No era un cuento. La sirena era yo.
Dios se transformó en una idea abstracta
al fondo del cielo, y un atardecer lo borré.
Jamás me acordé de Él: me robaba la tierra.
Pero un diá comprendí que renunciando a Él
me condené a muerte; tenía entonces quince años;
en el apartamento solitario sollocé >>.
Les Mandarins
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